El pensamiento es algo tan natural como el moverse. Por más que intentemos no hacerlo, estamos diseñados para que suceda y para que además nos aporte beneficios con las circunstancias que nos rodean. La sobrevaloración actual que hacemos del control, y las formas que adopta este de querer controlarlo casi todo, nos puede llevar a la fantasía o al delirio de querer controlar lo que pensamos. Esto puede generar contención, lo cual suele llevar a explosiones posteriores o a tipos de pensamientos cada vez más intranquilizadores. Dejar de pensar es una quimera, si fuera algo a conseguir como objetivo y no como una manera de funcionar en algunos momentos, no tendríamos un fantástico órgano llamado cerebro.
Los pensamientos pueden ser automáticos o activados. Los primeros tienen un circuito cerebral tan antiguo que intentar que no sucedan es una tarea que conllevará una alta frustración. Los segundos, suelen darnos un margen corto de tiempo, pero aun así un margen, para decidir si los activamos o si preferimos pensar en algo diferente. Uno de los consejos o axiomas que da Joaquín Lorente en su libro PIENSA, ES GRATIS tiene que ver con el pensamiento en las organizaciones: “Cuanto más limitado es un jefe, más limita a su equipo la posibilidad de pensar”. No caigamos en esta dinámica con nosotros mismo siendo nuestro peor tipo de jefe.
Otro tipo de pensamiento, de una naturaleza menos cognitiva y también menos consciente, es la Intuición. Es una forma que adopta nuestro pensamiento en la que no es necesario tener un contenido concreto ni tampoco usar un análisis exhaustivo antes de acercarnos a un estímulo o para tomar una decisión. Huelga decir que se corre un riesgo grande si abusamos de la intuición para tomar decisiones importantes, pero no para otras diarias con las que no corremos riesgos si nos equivocamos, como comer lo que más nos guste en un momento del día o de abrir a aquella persona con la que hemos soñado los últimos días.
Nuestros pensamientos se pueden observar desde la distancia. Y si se hace el suficiente tiempo aparecerá una tendencia tan natural como el pensar, que será el cansarse de observarlos, lo cual abrirá una puerta mágica para dejar de pensar o para sostener una atención sin contenido, que puede entenderse con distintos nombres según la cultura: momento zen, nirvana, iluminación, o simplemente una habitación blanca donde poder tumbarse y descansar.
El no juzgar es la clave. O el desplazarse hacia la emocionalidad focalizándola en las partes del cuerpo donde esté surgiendo la sensación. Wayne W. Dyer, en su ultravendido TUS ZONAS ERRÓNEAS identifica el exceso de JUICIO cuando no es necesario, como una manera casi segura de alejarse de las emociones agradables y de la plenitud. Hacerlo sobre nuestros pensamientos de manera constante es tal como llevarlo a un juicio cansino sobre nuestra propia persona. La respiración también puede ser de gran ayuda. Si queremos desplazarnos de un pensamiento recurrente, el centrarnos en el proceso por el que inspiramos y expiramos aire suele ayudar, además de ser una practica muy sensible al entrenamiento.
EL ESCANER EMOCIONAL: Como ejercicio práctico puedes tumbarte en algún sitio donde te sientas cómoda, y adoptar una posición lo más relajada posible. Deja que tus pensamientos vayan un tiempo en automático, para cuando quieras empezar a desplazar tu atención hacia partes de tu cuerpo que quieres tengan una atención especial. Detente en ellas y deja que tu mente genere mensajes que les puedas enviar, intentando seleccionar aquellos que te parezcan más afectuosos y cariñosos. Si en algún momento desconectas o incluso si te duermes no te preocupes, disfruta del descanso.
Después de hacer alguna practica vinculada al Mindfulness o a la tradicional meditación, se puede guardar lo experimentado para la intimidad, y otra opción puede ser compartirlo con alguien de confianza. Debe ser alguien que pueda entender lo que hemos pensado o incluso que tenga pensamientos parecidos en su día a día. Hacerlo con el psicólogo o terapeuta que nos trate también puede ser una buena idea.
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